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Los primeros pistachos brotan en el desierto pampeano: un milagro agrícola en Casa de Piedra

Casa de Piedra, La Pampa – En medio del árido paisaje del desierto pampeano, una empresa familiar ha logrado algo que hasta hace pocos años parecía impensable: cultivar pistachos en una de las zonas más inhóspitas de Argentina. Gracias a un microclima único generado por el embalse Casa de Piedra y a una apuesta visionaria, los hermanos Santiago y Fernando Gutiérrez cosechan los primeros frutos de su proyecto Pampapist SRL, marcando el nacimiento de un nuevo polo productivo en el sur del país.

La noticia llegó con la primavera: pequeños brotes de color rojizo comenzaron a asomar en las plantas de pistacho plantadas hace varios años. “Con la primavera la planta empezó a florecer”, dijo Santiago Gutiérrez con emoción. “Es la confirmación de que nuestra apuesta por el lugar era correcta”.

Este hito representa mucho más que un logro personal: es la prueba tangible de que el cultivo de élite puede prosperar en el corazón del desierto patagónico. El embalse Casa de Piedra, un espejo de agua de 360 km², actúa como un gigantesco regulador térmico que protege a los cultivos de heladas tardías y granizo —dos plagas recurrentes en zonas tradicionales como San Juan o Mendoza. “No registramos temperaturas bajo cero”, aseguró Gutiérrez, destacando una ventaja climática que reduce costos y riesgos.

La tierra también juega a favor. Los suelos vírgenes, franco-arenosos y profundos de la zona ofrecen un entorno óptimo para el desarrollo del pistachero, una planta exigente que requiere condiciones muy específicas. Además, el cultivo se realiza en un sistema de polinización eólica, algo que el viento constante de la región facilita de forma natural.

Pero el verdadero motor del proyecto ha sido la infraestructura estatal. Una obra faraónica del gobierno de La Pampa —que incluye una estación de bombeo y un acueducto— garantiza el suministro de agua del río Colorado a casi 10.000 hectáreas. El agua llega filtrada y con presión directamente a los lotes, eliminando la necesidad de electricidad para riego y reduciendo drásticamente los costos iniciales. Mientras que en San Juan la inversión por hectárea ronda los 30.000-35.000 dólares, en Casa de Piedra se estima en apenas 13.000.

Aun así, la paciencia es clave. Aunque los primeros frutos ya asoman, los Gutiérrez los cortarán para no debilitar la planta. La producción rentable recién comenzará entre el séptimo y el décimo año, y el cultivo puede mantenerse productivo por más de un siglo si se maneja con cuidado.

Todo comenzó con una conversación familiar durante una Navidad en Francia, cuando la hermana de Santiago conoció a un productor de pistachos en España. Un regalo de cuatro kilos de frutos secos sembró la idea que hoy florece en el desierto pampeano.

“Fue todo medio raro como se dan a veces estas cosas. Una charla que parece una locura termina tomando forma en una empresa”, reflexionó Santiago. Ahora, con los primeros brotes en mano, los Gutiérrez no solo sueñan con una cosecha futura, sino con convertir a Casa de Piedra en un referente productivo que inspire a otras regiones, como la vecina Río Negro, a repensar lo posible en el corazón del desierto.

Con información de diario Río Negro

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